Fall-Winter junio
2014
Contemporary art & theory journal
Un paso hacia adelante, dos hacia atrás? Pensamientos sobre el debate
en torno a Donelle Woolford.
Coco Fusco
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Publicado originalmente en brooklynrail.org.
La reciente decisión del grupo de artistas afroamericanos
Yams Collective de retirarse de la Whitney Biennnial en protesta por la
inclusion en la misma del alter ego de Joe Scanlan, Donelle Woolford,
ha forzado a una conversación que se había mantenido por mucho tiempo
privada entre artistas de color a pasar a la vista pública. Lo que
sigue siendo preocupante para muchos en una era post-racial, son las
políticas de los llamados performances conceptuales de este artista.
Uno en el que él, un profesor de arte varón, de mediana edad, blanco,
subcontrata un personaje femenino negro de su propia invención, usando
a una serie de mujeres artistas afroamericanas más jóvenes y menos
conocidas como actrices. Ya que Scanlan sólo ha buscado mujeres negras
para que interpreten a su personaje femenino negro, esta empresa
difícilmente puede describirse como un casting no convencional, pero
¿es esto un ejemplo del “minstrelsy” del siglo 21, como muchos lo
perciben? ¿Será una manera de explotar la apropiación cultural? ¿Podrán
las jóvenes que se han enlistado para encarnar a este personaje, ser
consideradas como colaboradoras, como Scanlan les asegura si las elige,
dándoles un personaje predeterminado y un guión, tomando en cuenta que
él utilizá su capital social para darles trabajo?
Si Scanlan afirma que estas mujeres son sus socias, ¿por qué sus
colaboradoras no hablan publicamente acerca de la controversia? Y
finalmente, ¿qué significa que una institución cultural tan importante,
cuya historia se caracteriza por no darle lugar a las mujeres artistas
y artistas de color, valide un gesto estético que presenta a una mujer
negra como la invención de un hombre blanco?
La prensa ha contrastado la protesta de gran carga emocional hecha por
Yams Collective con el tratamiento sereno de Michelle Grabner que le
hizo incluir astutamente a Donelle Woolford para meterle controversia
al juego. Scanlan ha persistido defendiéndose a sí mismo de toda
sospecha de intención racista con su trayectoria profesional y lo que
él denomina la naturaleza colaborativa de la obra. El museo ha emitido
una declaración en apoyo a la inclusión de Scanlan y la retirada de
Yams Collective—
esencialmente defendiendo el derecho de todos a hacer lo que quieran,
sin referirse a la causa de la controversia. Para muchos de los que
participan en las discusiones acerca del proyecto, las cuales abundan
en las redes sociales y la blogosfera, esto les parece un encubrimiento
que no oculta el grado en el que el mundo del arte sigue dividido en
asuntos de raza y poder. La defensa de la libertad artística de Scanlan
se lee como un acto poco velado de una solidaridad racial blanca.
Hasta ahora, los debates de Donelle Woolford han girado en torno a la
obra, sus efectos inquietantes, y las especulaciones sobre la intención
del artista. Los detractores de Scanlan echaron ese malestar como un
signo de que la obra de revive de manera acrítica formas racistas de
ventriloquia y apropiación, mientras que sus partidarios tratan la
molestia como un signo de que la obra es avant-garde— lo cual sugiere
que la gente inteligente y con actitud vanguardista debería querer que
la hicieran sentir incómoda, y que son lo suficientemente conscientes
de sí mismos como para ser capaces de tratar el tema racial
de manera objetiva sin involucrarse en conductas racistas. Los
argumentos de los detractores están inmersos en el lenguaje de la
ética, mientras que los partidarios se basan en la noción de que la
tarea estética sólo puede ser verdaderamente apreciada si disocia la
apreciación de su valor desde la función social y su contexto. Aunque
yo diría que es prácticamente imposible separar a la obra que depende
del uso de personas de cuestiones de ética, me parece lamentable que
los críticos de Scanlan dependan tanto en la condena moral de sus
motivos. La reducción del problema Donelle Woolford a si Scanlan como
artista hombre blanco, debe "tener derecho" a crear un personaje
femenino negro y contratar a alguien para encarnarlo, no es la manera
más efectiva de abrir una discusión sobre cuestiones de poder
institucional y privilegio racial, particularmente en una era
neoliberal que aboga por la codicia descarada de las élites (blancas) y
la erosión de la ingeniería social llevada a cabo por los estados. En
resumen, la apropiación de la tierra, los recursos y la cultura por
medio de la fuerza económica y el subterfugio legal es la práctica
habitual de los fuertes contra los débiles. Técnicamente, Scanlan
"tiene derecho" a contratar a quien quiera. Pero culturalmente se
comprende que nadie toma esas decisiones en el vacío y no todos los
gestos de este tipo se interpretan de la misma manera o se defienden
con la misma intensidad. Por desgracia, los artistas están a menudo en
una situación de desventaja a la hora de debatir las políticas
culturales y legados históricos que informan los gestos que
hacen—porque han sido educados en el invernadero formalista de la
crítica de la escuela de arte.
Quiero hacer hincapié en el papel central de la escuela de arte para
este trabajo por varias razones. El proyecto Donelle Woolford fue
concebido en la escuela de arte de Yale cuando Scanlan estaba en la
facultad de escultura y presentó originalmente a una de sus estudiantes
negras, Namik Minter, quien pronto revirtió su consenso original y se
eliminó a sí misma. La relación de Scanlan con su fantasía femenina
negra es perseguida por sus relaciones pedagógicas vividas con los
estudiantes negros. Además, el debate que ronda en Facebook y numerosos
blogs de arte se asemeja a una crítica de la escuela de arte que
empieza como una discusión formal sobre si la pieza "funciona" y se
convierte en un ataque ad hominem al fabricante. Se presta poca
atención al trasfondo, sólo hay atención para el objeto (es decir, el
cuerpo negro) en el primer plano. Como profesora visitante en Yale
durante el mandato de Scanlan, fui testigo de más de unas pocas
críticas de taller que siguieron con ese arco de desarrollo. Sentados
juntos en salas blancas con obras de arte de un estudiante a la vista,
los comentaristas no debían desviarse de lo que estaba delante de
ellos. La retórica dominante era el formalismo mezclado con fuertes
dosis de fanfarronería y la opinión personal. En cuanto a las
referencias al mundo exterior, a lo mucho se podría haber introducido
la historia haciendo referencia a artistas relevantes como referencias.
Los estudiantes negros que conocí allí expresaron en privado que se
sentían ahogados por los términos de la discusión, sobre todo porque
los estudiantes blancos con frecuencia aseguraban que no eran capaces
de relacionarse con el trabajo de los estudiantes de color, ya que no
entendían sus referencias culturales.
Embarcarse en una discusión sobre la política cultural o el racismo
institucional durante una crítica habría sido visto como una incidencia
en la libertad absoluta del artista, la cual supuestamente las
estructuras institucionales como la escuela de arte, el taller, y la
galería deben proteger. Así, si uno fuera estudiante de arte y hablara
del racismo institucional o de la apropiación cultural sería probable
que o fuera excluído por los otros integrantes, cuando le recordaran
que las políticas de identidad han terminado, o fuera amonestado por
sus mentores a causa de no haberse dado cuenta que la preocupación que
se tuvo estaba fuera de los límites de la apreciación estética. Al
destierro de lo político del espacio discursivo de la escuela de arte
de élite le seguían visitas a talleres no solicitadas de compañeros que
cuestionan motivos reforzadas por las conversaciones privadas con los
mentores, quienes marcan muy claro su preferencia por discursos
artísticos "libres de identidad". Dado que circulé por Yale como una
visitante y una artista mayor de color traída a instancias de los
estudiantes negros, pasé muchas visitas de taller escuchando sus
historias sobre las formas privadas de intimidación. El mensaje que me
llevaba a casa era que para tener éxito, los artistas de color tenían
que evitar hablar de la política racial y reconocer que su presencia en
la escuela era suficiente para probar que existimos en un mundo del
arte post-racial. Dicho contexto social hace que la decisión de Yams
Collective transforme su opinión en una acción pública excepcionalmente
audaz.
La ruptura de Yams Collective con el Whitney es un síntoma más de la
falta de otros medios discursivos dentro de la práctica artística de
estudio para abordar las cuestiones sociales que implican a las
instituciones que sustentan la práctica del arte en las prácticas más
amplias de la explotación y la opresión. Al mismo tiempo, las presiones
en duelo de un mercado del arte que fetichiza la juventud, el estilo
afroamericano y el sexo, y una dura realidad económica que bloquea a
los productores culturales más jóvenes con deudas, está produciendo una
mayor conciencia política entre los artistas jóvenes. El resultado es
la reciente plétora de manifestaciones performáticas sobre ética
institucional. No es sorprendente que la retirada de Yams Collective de
la bienal tuvo lugar poco después de que los activistas GOLFO
organizaron su acción en el Guggenheim para crear conciencia sobre el
maltrato a los obreros que construyen su museo satélite en Abu Dhabi, y
el boicot de varios artistas de la Bienal de Sydney en protesta por los
lazos del evento a Transfield, una compañía australiana que administra
los centros de detención en alta mar para los solicitantes de asilo.
Ellos fueron seguidos por una protesta performance feminista dentro del
Whitney y otra actuación feminista invocando la memoria de Ana Mendieta
en frente del espacio de Chelsea de la Fundación DIA (programada para
coincidir con una conferencia sobre el trabajo de Carl Andre teniendo
lugar allí). Estas son rupturas del decoro, en las que los artistas
están obligando a la política y racialmente a las dimensiones
antagónicas de las relaciones entre el museo, los artistas, los
trabajadores y el público con el exterior.
El asunto Donelle Woolford no es la primera vez que el mundo del arte
ha sido sacudido por la controversia causada porque un artista blanco
decide "jugar con la raza". Cuando leí acerca de la decisión de Yams
Collective de retirarse de la Bienal del Whitney, recordé las protestas
de 1979 en torno a la muestra N * gg * r Drawings en Artists Space, que
a pesar del título incendiario, era un ensamblaje de dibujos abstractos
de carbón hechos por el artista blanco Donald Newman. Los artistas
negros y curadores que lidereaban las protestas se sintieron ofendidos
por la invocación de Newman del epíteto racista en su título. Se
enfrentaron a un medio de artistas blancos vanguardistas y curadores
del downtown, que se percibían a sí mismos como progresistas (es decir,
anti-racistas), que sin embargo toleraban tácitamente el uso del
discurso racista por defender la tolerancia en nombre de la libertad
artística. El altercado finalmente culminó con la creación de la
organización ad-hoc Acción contra el Racismo en el Arte (O sus siglas
en Inglés AARA) y marcó el comienzo de la era de debates públicos
acerca del racismo institucional en el mundo del arte (1). Como
resultado de este tipo de activismo multicultural y políticas de acción
afirmativa, las escuelas de arte de élite como Yale aceptaron
estudiantes de color a causa de una mayor presión política.
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Estos cambios coincidieron con
la introducción de la teoría postcolonial en la academia y la aparición
de los estudios culturales que fomentan interpretaciones sociológicas
del arte y la cultura popular. Los artistas y activistas culturales de
la época no sólo estaban preocupados por las prácticas de exclusión de
galerías y museos: también trataron de analizar las curvas de nivel y
dinámica de la estética eurocéntrica. Como la cultura pública llegó
bajo el dominio del pensamiento postcolonial y la presión política, el
periodismo cultural comenzó a abordar las cuestiones de apropiación
cultural, en pasado y presente. En 1988 el artista británico negro
Isaac Julien y el crítico cultural británico negro Kobena Mercer
publicaron un ensayo de referencia en la revista Screen acerca del
Libro Negro de Robert Mapplethorpe que exploró su ambivalencia hacia la
fetichización de cuerpos negros gays (2). Julien y Mercer recibieron
una gran cantidad de respuestas contestarárias
de parte de los miembros de la comunidad gay que sentían que no era del
todo justo tratar a Mapplethorpe como proveedor de una mirada colonial,
cuando estaba operando dentro y para una subcultura sexual, que llevó
finalmente a Mercer a revisar su posición (3). En 1992, cuando los
artistas blancos Rob Pruitt y Jack Early decidieron poner carteles de
figuras negras prominentes en muros salpicados de pintura en la galería
Leo Castelli, fueron aplastados por la prensa del mainstream como
políticamente incorrectos y desaparecieron del mundo del arte durante
unos años, pero ya están de vuelta y restablecidos de manera
profesional. Sin embargo, la era de la investigación multicultural
contundente en la prensa técnica fue de corta duración. Cuando las
llamadas guerras culturales llegaron a su clímax a principios de los
años 90, las políticas de identidad fueron declaradas “passé” por los
críticos conservadores. Esto permitió que el resentimiento acumulado de
profesionales de las artes que se sentían frustrados por la
multiculturalidad del medio se expresaran públicamente y sin temor a
represalias. Posteriormente, el auge del mercado del arte para el arte
afroamericano redefinió lo que constituyó el empoderamiento para los
artistas de color. Desde entonces, el estrés de la prensa ha estado en
la visibilidad en el mercado del arte afroamericano en lugar de las
prácticas institucionales de la exclusión y la contención. Para quienes
debaten sobre el proyecto Donelle Woolford, una pregunta clave podría
ser si la aprobación tácita del Whitney del proyecto de Scanlan es un
síntoma del retorno a la política institucional de la era pre-N * gg *
Drawings, o una estrategia de contención de una era en la que los
artistas negros constituyen una seria competencia en el mercado.
Había
una gran diferencia entre la forma en que la política racial y las
prácticas coloniales fueron tomadas de entre los estudios culturales y
la forma en que les han tratado en el mundo del arte, especialmente en
las escuelas de arte de élite. Las interpretaciones de estudios
culturales del arte enfatizan el contexto de la producción y la
recepción en la construcción del significado. Nuestros motivos, gustos
y deseos como artistas y público se entienden para ser informados o
condicionados por nuestro ambiente social. Escuelas como Yale, en donde
Scanlan enseñó por muchos años y en donde desarrolló la idea de Donelle
Wollford, continúan tratando al arte como una empresa altamente
personal para los muy talentosos, en donde la creatividad es una
expresión de la intuición la cual es cuidadosamente afilada por la
habilidad. Sugerir que las decisiones de un artista están informadas
por las fuerzas fuera de su control en ese ámbito educativo a menudo se
trata como un ataque a la subjetividad artística y sujeto de rechazo
visceral. Por lo tanto, puede haber poquísimo cuestionamiento de si las
prácticas pedagógicas o los criterios de selección de los programas de
arte de Yale se basan en criterios de cultura y raza, ya que todo el
mundo allí son seres excepcionales dedicados al arte sobre todas las
cosas.
El
tiempo que Scanlan pasó en la Yale School of Art coincidió con un
cambio marcado en la demografía de los estudiantes. Desde finales de
los 90’s al día de hoy, el número de estudiantes negros y latinos se ha
incrementado considerablemente, de la misma manera en la que creció la
presencia de estudiantes extranjeros, hijos de las elites emergentes
del sur global. No sólo la composición del cuerpo de alumnos cambió—en
contraste a la Yale de 1980 que producía los gustos de Mathew Barney y
Ann Hamilton, los graduados de Yale del 2000 que han recibido más
atención son casi todos o afroamericanos o latinos: entre los que están
Kehinde Wiley, Mickalene Thomas, Wangechi Mutu, Leslie Hewitt, y
William Cordova. En contraste a las décadas anteriores en las que los
estudiantes de arte dependían de que sus maestros los conectaran a la
escena de las galerías de NYC, la nueva cosecha de casos de éxito lo
logró hacerlo sin la red de la llamada mafia blanca del mundillo del
arte. Pienso que es seguro decir que dicho fenómeno causó una impresión
en toda la facultad de Yale, no sólo en Scanlan. Los estudiantes de
color ya no podían ser vistos como beneficiarios pobres de la grandeza
institucional —ahora les robaban el show.
Es
fuera de este escenario pedagógico que la decisión de Scanlan de crear
una mujer negra como alter ego artístico emergió y evolucionó. La
primera encarnación de Donelle Woolford la hizo una de sus estudiantes.
Otro alumno negro de Scanlan recuerda que durante sus visitas a los
talleres
los bombardeaba con preguntas sobre la cultura negra, pareciendo que
quería sacarles conocimientos culturales. No es insignificante que
mientras los críticos de Scanlan comúnmente lo retratan como un
poderoso y viejo hombre blanco que se aprovecha de mujeres negras más
jóvenes, el contexto que dio pie al crecimiento de Donelle Woolford fue
uno en el que el balance racial de las relaciones de poder en su lugar
de trabajo estaban cambiando en favor de los artistas jóvenes de color.
Dicho cambio representa amenazas entrelazadas: el reto a la presunción
de relaciones de poder entre estudiantes y maestro, y disminuyó el
reclamo de virtuosismo que había existido antes por parte del maestro,
en tanto sus estudiantes poseían características y conocimientos
culturales que no podía considerar suyos o como resultado de su tutela.
Por lo mismo, más que ver el trabajo de Scanlan como un ejercicio crudo
de explotación, podemos concebirlo como la fantasia de la castración
del hombre blanco. El artista/
maestro expresa su ambivalente atracción a la cultura negra y la
femineidad al mismo tiempo que logra una especie de maestría sobre una
otredad insurgente que no se le podía garantizar en un salón de clases.
Podemos comenzar a pensar como la blanqueza de Donelle Wollford es
enmascarada por la negrura de la actriz, así como en la masculinidad
que tiene su versión compilante y no confrontativa de la femineidad.
Actualmente Donelle Woolford le pertenece a Scanlan de una manera en la
que sus estudiantes negros no aprobarían. Produce su éxito personal
mientras sus verdaderos alumnos afroamericanos
logran el suyo sin las maquinaciones secretas del profesorado de la
escuela de arte de Yale.
Los
críticos de Scanlan han invocado frecuentemente el legado del
minstrelsy al discutir sobre Donelle Woolford, aunque yo no he visto
nada que a la fecha relacione el autoretrato de Scanlan del 2003 con su
cara cubierta de tierra con el uso de corcho quemado para oscurecer las
caras de los performers del minstrelsy. Este estilo distintivo de
entretenimiento americano surgió en el siglo 19 y consistió en parodias
y una variedad de actos que se burlaban de gente negra —y fue bastante
popular entre el público blanco hasta principios del siglo 20 (4).
Mientras las caricaturas más grotescas sobre los negros fueron
interpretadas por gente blanca que se pintaban sus caras de negro,
performers negros de ese tiempo también eran llamados para interpretar
los actos que degradaban la negrura inventados por los blancos: el
maquillaje, las muecas, el inglés cortado, y los exagerados pasos de
baile. La demanda del mercado por la encarnación de estereotipos negros
era tan fuerte que limitaba las posibilidades profesionales de los
performers negros, a pesar de que la popularidad significaba que tenían
trabajo escénico. Historiadores culturales de las caras negras del
minstrelsy han argumentando que las caras negras tuvieron varias
funciones para la América blanca del siglo 19, la cual estaba en una
contienda política y sicológica con nuevos cambios en su hegemonía: el
fin de la esclavitud y el espectro de emancipación negro (5). Era una
manera en la que los performers blancos podían expresar su lado
emocional que la cultura protestante de aquella época había reprimido.
Sus representaciones grotescas de la negrura sirvieron como medio para
ocultar la atracción blanca hacia los cuerpos negros al visualizar
dichos cuerpos como abyectos. Y el éxito del mercado de la forma cedió
los medios para controlar la representación simbólica de la negrura en
la floreciente cultura de masas.
¿Tienen
entonces sentido ver a Donelle Woolford como una extensión de la
mencionada tradición del minstrelsy? Pocos discutirían que su
fisicalidad es grotesca. Scanlan ha sido bastante cuidadoso al darle
soporte a su performatividad caricaturizada en el rubro de la
iconoclastía de la comedia negra, como lo son sus personificaciones
recientes de Richard Pryor. Dicho esto es una proyección fantástica que
emergió de un escenario en el que el miedo hacia la castración
simbólica era palpable —incluso si se trata de algo tan irreal como
prospectos de los blancos perdiendo poder ante los negros con el fin de
la esclavitud. ¿Cómo y por qué es que estas fantasías cobran vida
cuando son patentemente falsas? ¿Cuál es la inversión colectiva
emocional en la fantasía de un artista hombre y blanco del potencial
artístico de una mujer negra en un medio que es abrumadoramente
controlado por el poder, dinero y tradición blanca? ¿Por qué dicho
medio utiliza grandes dolores para enmascarar la realidad del dominio
blanco con una muestra fetichista del cuerpo y el estilo negro? En
efecto el supuesto éxito del arte afroamericano que se escucha a diario
en los medios del mainstream es muy exagerado en relación con los
precios que existen en las subastas de arte hecho por gente blanca y de
sexo masculino, la presencia de artistas masculinos blancos en las
colecciones de los museos más importantes, y la representación de los
artistas masculinos blancos en galerías comerciales. Si Donelle
Woolford hubiera capitalizado su visibilidad para poder referirse a
estas contradicciónes, los disturbios causados me hubieran parecido un
acto de concientización bienvenida. Lamentablemente, hasta ahora, ella
ha
obedecido las reglas tácitas de la escuela de arte de la que venía y se
ha mantenido alejada de la política.
1.
Ault, Julie, ed., Alternative Art, New York, 1965-1985, (Minneapolis,
University of Minnesota Press, 2003), pp. 56-57.
2.
Julien, Isaac and Kobena Mercer, “De Margin and De Center,” Screen
Magazine, 1988.
3.
Mercer, Kobena, “Reading Racial Fetishism: The Photographs of Robert
Mapplethorpe,” in Welcome to the Jungle: New Positions in Black
Cultural Studies, (London, Routledge, 1994).
4.
Bean, Annemarie, Inside the Minstrel Mask: Readings in Nineteenth
Century Blackface Minstrelsy, (Middletown: Wesleyan University Press,
1996).
5.
Lott, Eric, Love and Theft: Blackface Minstrelsy and the American
Working Class, (Cambridge, Oxford University Press, 1995).
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